Frente al nuevo momento de decisión que enfrentamos, recuperar el legado de la repolitización de la vida y del quehacer cotidiano, de debatir en distintos espacios los contenidos de esa Nueva Constitución significa no solo votar, significa también hacernos parte de un proceso que está en marcha y que continuará más allá del plebiscito.


El estallido, revuelta, reventón o revolución, como queramos llamarle, nos dejó muchas cosas, como la evidencia del impacto de la mercantilización de los derechos (salud, educación, seguridad social, por ejemplo) y de los bienes públicos (recursos naturales) en nuestra vida. Asimismo, nos dejó la urgencia de transformar un modelo de desarrollo que explota a la naturaleza y a los seres humanos doblemente: a través del trabajo y a través del endeudamiento. También, mostró la necesidad de derribar las relaciones patriarcales y coloniales que nos dominan.

Por supuesto, el estallido dejó la posibilidad de una Nueva Constitución. En este sentido, más allá si este era el resultado esperado de las movilizaciones de octubre o si un cambio institucional es la solución a los problemas sociales que el estallido mostró, se abrió ese espacio de posibilidad transformadora cuyos contenidos fueron imaginados y reflexionados en muchas instancias al calor del 18 de octubre y antes de esa fecha.

Además, el estallido nos dejó la repolitización de la vida, esa acción de volcarnos a pensar la sociedad que queremos, multiplicando los debates y las conversaciones al respecto en cabildos y asambleas, en grupos de amistades y en almuerzos familiares. Esta repolitización, a su vez, se expresó en la disputa de espacios institucionales que habían sido monopolizados por la política convencional, y que colectivos y organizaciones autónomas e independientes reconquistaron en las elecciones parlamentarias, municipales y de convencionales como un espacio para construir nuevas formar de ser en sociedad. Esa repolitización de la vida nos permitió ver que nuestros problemas personales eran también colectivos, que nuestra experiencia no era aislada y que respondía a las consecuencias del sistema y desde ahí delineamos nuevas posibilidades que se proyectan hasta hoy.

Frente al nuevo momento de decisión que enfrentamos, recuperar el legado de la repolitización de la vida y del quehacer cotidiano, de debatir en distintos espacios los contenidos de esa Nueva Constitución significa no solo votar, significa también hacernos parte de un proceso que está en marcha y que continuará más allá del plebiscito. Y es ese proceso en marcha el que requiere no perder el legado de la discusión pública, cotidiana y callejera, es el que requiere que no olvidemos que la vida es política y que la política es parte de nuestra existencia y la define, y que los imaginarios de cambio surgieron ahí, en esos espacios autoconvocados. Por ello, se nos plantea el desafío de debatir más allá de nuestra opción de voto, porque luego del voto tendremos que continuar en ese empeño de discutir, reflexionar y configurar lo que hay que transformar y hacer para alcanzar la sociedad que queremos.