Decir que las instituciones públicas son producto de cierto consenso, en el que algunos participan y otros no, puede resultar obvio. Decir que las instituciones públicas son un producto cultural, puede resultar igualmente obvio, pero menos evidente. En esta reflexión postulo que las instituciones públicas son un producto cultural. Qué significa esto: que son producto de la forma de mirar el mundo y de establecer relaciones determinadas por un momento histórico específico y por las ideas y modos de hacer predominantes en ese momento.

Si bien la cultura es dinámica y permeable, también puede presentarse como una entelequia inamovible, es decir, como una forma tradicional de hacer que no debiese ser transformada, más aún sus instituciones. En este sentido, los productos culturales también pueden presentar esta característica, tratando de mantenerse en el estado en que fueron creados a pesar de las tensiones que promueven el cambio en los contextos en que perviven.

Frente a la situación descrita ¿qué posibilidades de innovación existe en el quehacer de las instituciones públicas? ¿qué posibilidades hay de transformar modos de hacer, de proceder y de relacionarse? Para nadie es ajena aquella barrera que significa la burocracia como principal y más palpable constatación de la imposibilidad de permear en una estructura institucional rígida.

A lo largo de los años distintos han sido los intentos de modernizar, por lo tanto de transformar, las instituciones públicas y su quehacer, considerando elementos tecnológicos, estructurales y organizacionales, incluidos en ellos los recursos humanos, a través de la incorporación de personas de menor edad, de profesionales/expertos, o capacitando y fortaleciendo las habilidades de quienes ejercen diferentes roles en la institucionalidad. Sin embargo, la efectividad de estas medidas no es tan fácil de determinar. Por otro lado, cualquier cambio institucional se concibe como un cambio paulatino, no revolucionario en el sentido de una transformación radical, por lo tanto, los resultados también parecen mostrarse de a poco.

Al mismo tiempo, las instituciones públicas se van transformando en su devenir en espacios de autoreferencia en los que las personas que las conforman comienzan a desarrollar mundos conocidos en los que se desenvuelven de manera fluida y familiar. Esto produce que cualquier mirada externa que promueva alguna transformación se convierta en una suerte de amenaza o de interferencia en el devenir habitual de las cosas. Las personas podemos ser la principal resistencia a la posibilidad de cambio, por lo tanto, las personas debemos ser preparadas para vivir y promover el cambio, entendido aquí como la posibilidad de innovación. Para ello, se debe dotar de dinamismo la carrera como funcionarias o funcionarios públicos –en sus distintos estamentos: administrativos, técnicos, profesionales y directivos-, siendo la posibilidad de innovar, transformar y cambiar, desde una perspectiva de mejora un fin en sí mismo para la carrera funcionaria.

La rotación en áreas y responsabilidad como una estrategia de promoción de la innovación y de reconocimiento de las tareas cumplidas, puede ser un camino en este sentido. No solo dotar de nuevas habilidades a través de capacitaciones en contenidos nuevos, especializaciones u otros similares, sino que transformar en el hacer, a través de espacios de intercambio y de promoción y valoración de nuevas ideas, con tiempos institucionales asignados para “pensar” podrían ser alternativas en las que indagar y experimentar. Porque, finalmente, las transformaciones culturales solo se pueden hacer desde dentro, por quienes las viven, y con algunos soportes de apoyo.