El pasado sábado 23 y domingo 24 de noviembre de 2013, la Corporación Memoria Campo de Prisioneros Chacabuco conmemoró los 40 años de apertura del campo de prisioneros del mismo nombre ubicado en la comuna de Sierra Gorda en la Región de Antofagasta. Tuve la oportunidad de estar en esta conmemoración y de apoyar el proceso de ideación y planificación del viaje hasta su concreción. Durante todo este proceso surgieron muchas reflexiones y conversaciones respecto a lo que significaba, pero a pesar de ello me di cuenta, estando ya en pleno desierto, que no me había hecho la pregunta ¿por qué las personas que estuvieron recluidas en ese lugar quisieron volver a él?, ¿por qué, además, los acompañaban familiares y amigos? En este momento también me doy cuenta que no tengo una respuesta única ni clara, pero quizás lo que sucedió ahí ese día puede ayudar a responder.

El desierto y sus estremecedoras tonalidades es lo que da el marco a las emociones que empiezan a agolparse en cuanto iniciamos el camino que une Antofagasta con Chacabuco. En el trayecto surgen los relatos acerca del lugar, sus usos en el pasado y los usos que tiene en el presente (los scouts hacen campamentos en la ex oficina y en el ex campo de prisioneros). Mientras viajamos escucho el relato de una mujer que viajó tres veces a ver a su pareja mientras estuvo en ese campo de prisioneros, en una de las oportunidades viajó por prescripción médica, ya que le indicaron que era necesario que su hijo –de tres años- viera a su padre, porque pensaba que estaba muerto y eso le estaba ocasionando un fuerte impacto. Chacabuco, como todos los centros de detención y campo de prisioneros, no sólo marcan profundamente la vida de los y las prisioneras que estuvieron en ellos –en el caso de Chacabuco cerca de 3000 hombres- sino que el de sus parejas, hijos y demás familiares. Chacabuco se convierte en un suerte de lugar imaginado en el que ocurrieron y le ocurrieron a los prisioneros miles de experiencias que han sido trasmitidas a su familia, miles de experiencias que también les ocurrieron a las mujeres que fueron a visitarlos, épico es el viaje desde Concepción a Chacabuco de familiares que se trasladaron a visitar a los prisioneros “en las micros de ese entonces”.

Seguimos el camino y llegamos a la oficina, lo primero que impacta es que el letrero de la entrada no señala que ese lugar fue un campo de prisioneros en la dictadura de Pinochet, solo recoge su historia como oficina salitrera. A todos nos surge una suerte de indignación por aquella casi insultante omisión, pero a mí también me surge con fuerza la imagen de los trabajadores del salitre, veo a mi propia familia ahí, ya que mi abuelo trabajó en una oficina. Cruzamos la entrada y todo se vuelve distinto, es como si quisieras tocar con sigilo todo lo que hay ahí. Para la chacabucana que venía con nosotros, todo desaparece y pareciera que solo queda el inmenso color rojo plomizo de la oficina-campo de prisioneros. Le digo chacabucana, porque ella se autodenomina así, como ya vimos, el campo tiene una impronta no sólo en la vida de los ex prisioneros.

Avanza el día y empieza a llegar la gente, los chacabucanos y sus acompañantes. La ansiedad, las expectativas de reencuentro, lo extraño de estar ahí, todo eso y más comienzan a dejarse sentir en el caluroso ambiente de Chacabuco. Llegan chacabucanos y acompañantes de Austria, Australia, Canadá, Francia, México, Concepción, Antofagasta, Copiapó, Santiago y otros lugares, todos y todas con una tremenda emoción en el rostro. Me toca recibirlos e intento ser lo más acogedora posible, no sé si lo logro, pero de verdad lo intento porque la importancia del momento me invade.

Luego los reencuentros, los abrazos, los millones de anécdotas, el recorrido por el campo, buscar y ubicar el pabellón y la casa donde cada uno estuvo, mostrarla a los familiares, intentar revivir donde estaba la escuela, la iglesia, el correo, toda aquella vida organizada y vivida mientras fueron prisioneros; las emociones pasan desde la pena, la injusticia, la alegría y –por qué no decirlo- cierta nostalgia por la vida compartida en el campo. Conmemoración 40 años apertura Campo Prisioneros Políticos Chacabuco

A continuación, evento, memoria, conversación, recuerdos, traer el acto de cada domingo en el campo de prisioneros a este espacio nuevo y compartido con hijos, hijas, esposas y hermanos que han escuchado las anécdotas quizás más de una vez, risas, lágrimas, recordar a los compañeros que han muerto, a veces también decir lo que no se ha dicho, lo que se tenía profundamente guardado. Así transcurre el día y también el siguiente. De regreso, en el bus, se entona la canción “libre, como el sol cuando amanece yo soy libre”.

Entonces por qué volver al campo, creo que porque es un hito fundamental en la vida de muchas personas, porque es necesario visibilizar y marcar los lugares en que se violaron de forma sistemática los derechos humanos, porque esos lugares son parte de una historia personal y colectiva que habla de un proyecto profundo de transformación de la sociedad y de los valores que acompañaban ese proyecto y que lograron mantenerse en la adversidad de la prisión política, sin idealizar, sino con todo lo humano que eso significa. Porque hay quienes dejaron registro de su paso por el lugar y luego de cuarenta años vuelven por él. Porque es un lugar donde –de cierta forma- también se logró resistir a la dictadura, la sobrevivencia de las familias es también para mí una forma de resistencia y por ello su presencia en el lugar y en la conmemoración.

Una pregunta que tuve que responder varias veces fue ¿y usted compañera por qué está aquí? ¿es familiar? Y mi respuesta “no, no lo soy” seguida de una “ahhh” con algo de extrañeza. Por qué fui a Chacabuco: fui porque me siento profundamente identificada por el proceso de transformación social del cual los prisioneros que ahí estuvieron fueron protagonistas, proceso que no sólo eran sueños o utopías, sino que llegó a ser tan concreto que la amenaza que significaba tuvo que ser aplastada de la forma en que la dictadura lo hizo; fui a Chacabuco porque creo que cualquier intento de continuar ese proyecto es una forma de resistencia y una manera de revindicar esos procesos de transformación en el pasado y en lo que nos toca vivir hoy.

Gloria Ochoa Sotomayor
Fotografías de Gabriel Reyes Quiroz