Por Carolina Trujillo Espinoza

La crisis hídrica es uno de los mayores desafíos que enfrentamos como sociedad. Sin embargo, esta situación no impacta de la misma manera ni se experimenta de la misma forma en todos los territorios y grupos. Dicha crisis se vive de forma mucho más aguda y directa en comunidades rurales, particularmente aquellas que no alcanzan a tener el número de familias mínimo para adherir a los programas de agua potable rural.

Estas pequeñas comunidades rurales con escasez hídrica no sólo se encuentran en la zona norte del país, también en la zona centro-sur, por ubicarse en el secano costero. Además, deben abastecerse con camión aljibe, una alternativa poco eficiente en términos ambientales y logísticos, cuyo valor por metro cúbico de agua llega a ser 10 veces mayor que en la ciudad.

Dada esta situación, la innovación ha sido clave para crear acceso al agua potable en escenarios diversos. Sin embargo, hoy sabemos que, el diseño e implementación de soluciones que se adapten al contexto ambiental y a los requerimientos técnicos es un proceso de ingeniería básico. En la actualidad, adaptar la solución al tipo de usuario o usuaria es lo realmente complejo, es lo que exige pensar y hacer de forma diferente, es donde se requiere innovar.

Un recorrido por la costa norte de nuestro país es una ruta por plantas desalinizadoras de baja escala–muertas. Estas plantas generalmente están instaladas en caletas de pesca artesanal, donde sus habitantes cuentan con enfado cómo la planta produjo agua por sólo unos meses y luego algo pasó, que no se puede arreglar y ahí quedó: un elefante blanco de sal.

¿Qué hizo que estas plantas fallaran? como ingeniera mecánica con experiencia en el rubro, puedo dar fe de que esas plantas no estaban mal diseñadas, funcionaban y había un genuino esfuerzo por reducir los costos de estas plantas industriales acotadas a pequeña escala, para hacerlas económicamente viables. La falla no fue la tecnología, fue la forma en que se pensó su adopción. Es la distinción entre colonizar tecnológicamente y atender a los requerimientos de las personas que usarán la solución propuesta.

Tanto para quién diseña e instala la planta de tratamiento, como para quien la opera identificar una falla no resulta fácil. Si a eso agregamos la necesidad de mantener y reparar la planta cuando no se generaron las capacidades locales o no se cuenta con insumos a mano, vemos que se redobla dicha dificultad. ¿Es factible pedirle a alguien que identifique una falla y la arregle después de darle sólo una capacitación y un manual?  Si lo que necesita la planta es un repuesto, ¿quién se hace cargo de pagar y hacer llegar ese repuesto, cuando el proyecto ya acabó?

La innovación debe formar parte del acompañamiento a quien utilizará esa solución, debe considerar metodologías para la adopción y sostenibilidad de uso, y así lograr un verdadero impacto a largo plazo. Evitemos el elefante blanco de sal, innovando para las personas.