Para enfrentar el VIH/SIDA, la atención en salud tempranamente tuvo que echar mano de estrategias psicosociales, que permitieran acoger la necesidad de integrar los aspectos emocionales, sociales y culturales de las personas, que tan evidentemente participan de ésta y de toda situación de salud. El modelo biomédico resultó desde el inicio insuficiente para acoger y guiar la compleja dinámica que acompañaba a consultantes que acudían con dudas, mitos y culpas; y que difícilmente estaban preparados para recibir un eventual diagnóstico positivo sin que ello significara un dramático quiebre en su proyecto de vida. Al mismo tiempo, para el propio personal de salud, enfrentar esta temática resultaba dificil y atemorizante. Un tema emergente y desconocido, para el que la Universidad no preparaba y que hacía emerger fantasmas y temores asociados a la sexualidad, el deterioro y la muerte.

En este contexto la consejería parecía una estrategia hecha a la medida. Una estrategia que permitía incorporar todo aquello que parecía ser tan esencial para un abordaje adecuado del tema: confidencialidad de los procesos diagnósticos y de la información compartida por las personas; establecimiento de una relación de confianza y aceptación en contextos de diversidad; escucha y acogida de las necesidades de información y apoyo emocional de quienes consultaban; oportunidad para percibir los propios riesgos y encontrar estrategias para prevenirlos; apoyo para todo el proceso diagnóstico, incluyendo la decisión de tomarse o no el Test de ELISA y de recibir un resultado seguro y comprensible; y particularmente en esta fase, de entregar un resultado positivo en un contexto de contención emocional y guía para todos los procesos que se iniciaban con el diagnóstico.

La consejería en VIH se fue instalando y ganando un espacio del que pocos se querían hacer cargo. Proponiendo un enfoque que buscaba integrar los aspectos emocionales y sociales de las personas a la atención en salud; enfatizando el rol activo que le cabe a toda persona en hacerse cargo de su autocuidado y asumiendo con realismo que- le guste o no a la lógica sanitaria tradicional- las personas toman constantemente sus propias decisiones. Y asumiendo que es mejor que esas decisiones se tomen con información adecuada y la mayor conciencia posible.

Y entre otros aspectos, ésta ha sido uno de los principales choques entre el denominado “enfoque integrador” propio de la consejería, y los enfoques biomédico y normativo, que tanta presencia poseen en nuestra cultura de atención en salud. Cuando la FLACSO evaluó para el Ministerio de Salud, la situación y estado de la Consejería para la Prevención en nuestro país el 2003, una de las cosas que descubrió es que la inserción de la consejería en la cultura sanitaria de nuestro país generó un cambio cultural. Cambio cultural que evidenciaba justamente el choque de dos culturas: la biomédica y la psicosocial. Choque que no ha dejado de producirse, y que en los últimos años ha llevado a algunos a resignificar la consejería como una dificultad más que cómo un recurso, justamente bajo criterios de evaluación que remiten al modelo biomédico. Cuando de lo que se trata es de “pesquisar” y “controlar” una epidemia, las estrategias psicosociales como la consejería “sobran”. Cuando se trata de acompañar procesos, traspasar las responsabilidades que les corresponden a los propios actores-usuarios(as) de salud y asumir su capacidad y derecho a la toma de decisiones, las pesquisas pierden fuerza y el “control de la epidemia” se hace más democrático. El modelo biomédico necesariamente se asume omnipotentemente como quien concentra el poder y el control sobre la salud/enfermedad de las personas; con el agravante de limitarse a una visión extremadamente parcial de la enfermedad. La consejería, en este contexto, resulta evidentemente menos efectiva en “controlar”, pero sin duda facilita el fortalecimiento de usuarios(as) de salud más responsables, autónomos e integrados(as).

Pero el desafío es amplio. Evidentemente conseguir que la consejería pueda aplicarse en su sentido más fiel implica despejar múltiples problemáticas: culturas organizacionales y de salud autoritarias; modelos de abordaje de la salud centradas en lo biomédico; y lo que es más difícil quizás: consejeros(as) y consultantes que todavía creen en un sujeto pasivo, carente de las capacidades y recursos para salir adelante y de tomar decisiones concientes y apropiadas para su propia vida, salud y entorno. Las prácticas de consejería las encarnamos las personas. Y las personas -consejeros(as) y consultantes- somos parte de una cultura que en mucho, apuesta todavía por otros modelos. En ese sentido es que se dice que la formación de un(a) consejero(a) no termina nunca. Siempre hay prejuicios, paternalismos y miradas pesimistas que descubrir y enfrentar. Muchos de nuestros propios usuarios(as), acostumbrados(as) a un sistema de salud omnipotente y todopoderoso, todavía se enfrentan a las relaciones con agentes de salud como si fueran niños(as), impotentes, pasivos y dependientes de las indicaciones que el profesional de la salud le puede dar. Recibiendo instrucciones sin mayor explicación, y siendo premiados o castigados de acuerdo a su comportamiento (“¿te cuidaste?”, “¿te tomaste los medicamentos?”) no se crece en responsabilidad y conciencia. Mantener como niños a nuestros usuarios no asegura “controlar mejor las enfermedades”, sino al contrario, sigue dejando la responsabilidad de sus conductas y actos “afuera”, limitando su posibilidad real de autocuidado.

Estamos hoy en un momento en el que existen los recursos para asegurar los tratamientos para toda persona que lo necesite, donde dar un diagnóstico de VIH ya no significa dictar una “sentencia de muerte”, y donde, aparentemente, la desinformación ha disminuido y el SIDA ya no debiera significar cargar con un estigma social (hipótesis que parece estar lejos aún de ser válida en nuestro país). Pero, ¿estamos tan evolucionados, verdaderamente? El hecho que se cuente con medicamentos suficientes, ¿hace innecesario que las personas accedan al examen con el apoyo y la información que desde una perspectiva psicosocial resulta tan evidente? ¿acaso la estrategia psicosocial nos sirve sólo mientras no tenemos respuestas médicas o farmacológicas que dar? Esperemos que las respuestas a todas estas preguntas sean un no rotundo.

Desde mi más profunda y sincera opinión, la consejería, como estrategia psicosocial, más que ir desapareciendo, debiera ir tiñendo toda la atención en salud que se nos brinda. Como usuarios y usuarias de cualquier sistema de salud, tenemos derecho a conocer y decidir sobre todos los exámenes y procedimientos que se nos practican, a estar informados de los riesgos, beneficios y alternativas de los medicamentos disponibles para las situaciones de salud por las que atravesamos y a recibir apoyo para gestionar cualquier riesgo a nuestra salud que estemos enfrentando, independientemente de la temática de salud que nos haya hecho consultar. Y por otro lado, por qué no incorporar de una buena vez en la ecuación sanitaria, a nuestras emociones, actitudes, creencias y relaciones interpersonales, que siempre pueden ser tanto un recurso como una dificultad para nuestra salud. ¿Por qué no aprovechar esta abertura que abrió la consejería en prevención para el VIH en nuestras instituciones de salud, para que entre una bocanada de humanidad a todo el sistema? No dudo que si pudiéramos integrar a la atención en salud, principios como los de la escucha activa, centrarse en las necesidades de las personas y apostar por las capacidades y recursos de los consultantes nos dejaría en una lógica sanitaria mucho más rica, integrada, y promotora de ciudadanos adultos, capaces de cuidarse a si mismos y al entorno que los rodea. Para eso puede que quede mucho, pero por lo menos no renunciemos al espacio ganado en la prevención del VIH y todo lo bueno que ha traído a la salud y el bienestar de tantas personas, aún cuando todavía, los desafíos para implementarla adecuadamente existan.

Artículo publicado en http://www.fundacionsavia.cl//2011.5_Consejeria.html